¿Es el “like” una forma de reconocimiento social?

ALUMNOS DE 2º DE BACHILLERATO

Tras la lectura en clase del artículo publicado en El País  el 5 de octubre de 2019 por la periodista Nuria Labari ¿Por qué llora Greta Thunberg?,  surgen varias preguntas para el debate: ¿Estamos los jóvenes representados democráticamente? ¿Es el like una forma de reconocimiento social? ¿Somos una generación prisionera del like? La era digital, ¿puede ser una nueva forma de democracia?

Los alumnos de 2º de Bachillerato han opinado sobre estas cuestiones.

¿Es el “like” una forma de reconocimiento social?

Por Daniel Paradinas Blázquez

Hoy en día las redes sociales impregnan muchos aspectos de nuestra vida. Además, están extendidas entre un rango muy amplio de edad, ya que hay por igual jóvenes que sacan fotografías para subirlas a Instagram, como ancianos leyendo tuits de noticias.

Debido a la importancia de las redes sociales en nuestra vida, muchas personas tratan de ser reconocidas en este mundo y así lograr alcanzar elevadas cifras de seguidores y likes. ¿Puede esto considerarse un reconocimiento social? Las respuestas pueden ser contrarias: no, porque ¿qué mérito puede haber en conseguir algo que está al alcance de cualquiera?; no obstante, es verdad que al tener muchos likes una parte de la sociedad se interesa por ti.

En mi opinión, será reconocimiento social siempre que marques una diferencia con los demás, ya sea porque eres un buen actor, escritor o deportista, o porque hayas logrado metas que no todo el mundo puede alcanzar.

Por Víctor Palomero Martín

Son muchas las personas que hoy en día se dan a conocer por las redes sociales, Twitter, Instagram o Youtube. Para obtener el éxito es necesario el like.

En mi opinión, en los tiempos en los que estamos, el like es un reconocimiento social si el contenido que se comparte es de calidad y está trabajado. Desgraciadamente, no todo lo compartido es de buena calidad. Hay muchos casos de personas que con un gran esfuerzo, trabajo y constancia se dan a conocer por el buen contenido que suben a las redes sociales, y en muchos casos, esas personas no son tan valoradas como lo deberían ser. Para apoyar esta teoría, me gustaría aportar unos datos que, para mí, confirman lo dicho. La información está sacada de Youtube, la red social que más frecuento. Rafael Escrig tiene un canal con más de 250.000 suscriptores, realiza un trabajo muy meritorio, que no es tan apoyado como el canal de El Chiringuito de Jugones, que cuenta con casi cinco veces más seguidores, aunque su contenido es de peor calidad, busca espectáculo y mancha el periodismo deportivo. Pongo como ejemplo estos canales deportivos porque es de lo que más entiendo y lo que más consumo, pero como este caso hay muchos más en otros ámbitos.

El like sí es un reconocimiento social, y no hay que verlo como algo negativo, pero este reconocimiento debe conseguirse de manera justa, ética y merecida.

Por Cristian Monsalvo Sánchez

Para las personas enmarcadas en la generación Z, el like se ha convertido en un reconocimiento social. Para aquel que publica una fotografía en Instagram, no tener un gran número de likes es casi como una derrota, ya que se da cuenta de que las expectativas sobre su popularidad eran mayores que lo que le demuestra la realidad. Esto desanima al usuario. Lo mismo sucede cuando suben una historia a la misma red social y no es vista por tanta gente como esperarían o cuando un tuit que escriben no tiene los likes o retwits que creen merecer.

Los miembros de esta generación tienen una necesidad desmesurada de reconocimiento social, debido a una carencia de socialización que puede observarse en las calles que antes estaban llenas de niños jugando, o en el hecho de que estos prefieran ahora quedarse en casa jugando con la videoconsola o haciendo cualquier cosa relacionada con la pantalla del móvil, de la televisión o de otro aparato electrónico. El egocentrismo en nuestros días es cada vez mayor.

Un like puede llegar a provocar un atisbo de felicidad en un joven que se siente solo, puesto que es visto como un reconocimiento que creía no tener, pero que lo ha encontrado en el like. Sin embargo, puede suceder lo contrario, es decir, hundir a otro centenial por no tener ese like que cree necesitar para sentirse querido.

Son muchos los jóvenes que, carentes de reconocimiento, caen en la depresión o en la ansiedad, como puede comprobarse en el crecimiento de estas enfermedades en los adolescentes, según estudios que avalan la relación entre el aumento de las mismas y el uso de redes sociales. En multitud de casos, las personas afectadas por estos trastornos deciden mentir sobre su vida en las redes sociales buscando el reconocimiento que creen necesitar.

¿Estamos los jóvenes representados democráticamente?

Por Roberto Santiago Ramos

Para nosotros, los jóvenes, responder a esta pregunta es fácil y sencillo: no estamos representados.

Los jóvenes, aunque a algunos pueda parecerles extraño, no nos sentimos representados por las instituciones democráticas de nuestro país. Solo con pasar unos minutos delante del televisor durante los informativos, basta para confirmar que quienes dirigen el futuro de la nación proceden de una generación proveniente de los años del “baby boom”, incluso los miembros más jóvenes de la clase política superan con creces la barrera de edad de los treinta años.

Nos vemos abocados a la transformación de nuestra democracia en una gerontocracia, de la que sufriremos las consecuencias, ya que tras la fuga de cerebros y talento, provocada por la crisis económica de 2008, nuestro país se encuentra en una situación crítica de muerte cerebral, debido a la falta de ingenio capaz de sacar a flote el mercado laboral.

La imposibilidad de que se produzca un relevo generacional y laboral lo suficientemente potente para encauzar la situación actual y ante la pasividad de quienes manejan el timón de este barco condenado a encallar, a los jóvenes se nos sigue viendo como un escollo que sortear en esta difícil travesía y no como una pieza clave para sumar y avanzar hacia el futuro.

Si no se solventa rápido esta situación y los jóvenes no alcanzamos a tomar las riendas de este barco, pronto nos veremos en la difícil tesitura de que, en un futuro no muy lejano, no quedará nadie para pilotar la nave. Una nave encallada y a merced de las olas que inexorablemente acabará por hundirse.

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