Niebla en el Canal: el continente queda aislado
ROBERTO SANTIAGO BARRIOS. Alumno 2.° de Bachillerato HCS
Se consuma el Brexit. Esta semana de manera definitiva el Reino Unido ha abandonado la Unión Europea. Se marchan, con la intención de no volver, liberados por fin del yugo opresor de Bruselas. El Antiguo Imperio por fin es libre para decidir su destino, sin ataduras, sin cargas, sin estar supeditados a las políticas de Bruselas.
Los tabloides británicos siempre nostálgicos del Imperio que fueron y ya no son, acostumbraban hasta hace no poco tiempo, cuando las condiciones climatológicas impedían la circulación en el Canal de la Mancha, a plasmar en sus titulares de primera plana el aislamiento del continente europeo, el mismo continente que ahora despide con honores al que ha sido su socio durante cuarenta y siete años y al que han halagado las más importantes autoridades europeas.
Pero no nos engañemos, detrás de esos halagos se esconde una verdad irrefutable, el proyecto europeo siempre fue un obstáculo, un escollo necesario de sortear para los británicos más nacionalistas. Ya en los tiempos de la Dama de Hierro los conservadores comenzaron a reclamar a Bruselas el que consideraban era “su dinero”.
Con los años, el sentimiento nacionalista británico no ha hecho más que acrecentarse. Las mentiras defendidas a capa y espada por los actuales políticos, la ineptitud del ex premier Cameron y su nada desdeñable limitada altura de miras al convocar el referéndum de ruptura con la Unión han llevado a la sociedad inglesa a la fractura más absoluta: a un lado los jóvenes, partidarios de la permanencia, a otro las personas de mayor edad, defensoras de la supremacía moral e ideológica, representadas en un país lo suficientemente grande y glorioso como para sortear en solitario cuentos obstáculos se le presenten de ahora en adelante.
Ellos, junto a los políticos incompetentes, son los únicos culpables de que se vuelvan a trazar muros que hasta ahora se creían derribados. Serán, seremos los jóvenes quienes suframos las consecuencias al no poder viajar libremente, interactuar y conocer mediante experiencias propias a quienes hasta ahora compartían con nosotros la nacionalidad europea.
Decía Winston Churchill que “solo una Europa unida podía garantizar la paz y la estabilidad”. Parece ser que aquellas palabras del premier yacen en el olvido en los pasillos de Westminster, en ellos ahora solo hay cabida para la mediocridad y el populismo.
Aunque una vez más seremos los jóvenes, los todavía europeos y los británicos, quienes sufriremos las consecuencias de las aspiraciones y fantasías de quienes una vez más toman decisiones sobre un futuro que no les pertenece. Nadie conoce los efectos de esas fatídicas resoluciones; solo se sabe que estas aventuran un futuro incierto en forma de espesa niebla, una niebla que previsiblemente esta vez aísle paradójicamente al gran imperio y sus todopoderosos gobernantes de manera definitiva de un continente al cual ,tal vez ahora se den cuenta, necesitan.
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