El insoportable coste de la desigualdad

MANUEL DE CASTRO DE DIEGO. 1º Bachillerato HCS

Dua Lipa se ha convertido en una defensora de la igualdad entre los sexos.

Muchas veces he reflexionado sobre lo triste que es la música que se escucha hoy. Los temas más tratados son siempre los mismos: sexo, fiesta y drogas. En casi todas las canciones siempre se nos presenta un feliz viernes noche, si no un narcotraficante enriquecido y muy romantizado. Las letras se centran en el disfrute individual y meramente hedonista, o hasta en actividades delictivas completamente perjudiciales para la sociedad, como es el narcotráfico. No es solo que muchas veces contengan un trato vejatorio hacia la mujer, sino que nos presentan una sociedad, a mi modo de ver, distópica: tan feliz que da pena, tan individual que olvida al resto de la sociedad. Parece que la conexión entre lo representado en las letras y lo que ocurre realmente se ha desconectado; la música no es un reflejo de la realidad, como ocurría con los cantautores de la transición o con el charlestón de los años 20. Y no estoy juzgando los gustos de la gente, ni estoy resumiéndolos a una máxima común. Pero… ¿por qué este tipo de música es el más popular, atendiendo a que no representan a la realidad cada vez más injusta que sufrimos? Y temas para hablar hay, porque la desigualdad se está disparando.

Cuando escuchaba hace meses que la economía se estaba paralizando, no pude evitar pensar en la desigualdad imperante. A través de estos años de recesión apenas se ha hablado de la desigualdad social que estaba creciendo y nos estaba azotando. Es curioso al menos que, a pesar de que el PIB de España haya superado el nivel precrisis, hoy haya más pobres y más ricos que antes. Esto es consecuencia de algo que viene ocurriendo en todo el globo desde los años 70: la desigualdad está creciendo a ritmos alarmantes desde que se nos ha impuesto el neoliberalismo y desde que cayó el bloque del este. Por una parte, parece que la única solución viable para mejorar la economía es liberalizar aún más el mercado y recortar en gasto público con sus fatídicos resultados sociales. Por la otra, era innegable que los regímenes socialistas eran autoritarios, corruptos y que las economías planificadas estaban en recesión, pero presentaban un modelo alternativo al capitalismo, una esperanza -que daba miedo a ciertas élites económicas- de propiciar la creación del estado de bienestar. Ahora esa presión ha desaparecido y la desigualdad en aquellos países se ha doblado estadísticamente.

Más aun con la gran recesión de 2008, cuando los diversos gobiernos de cualquier color político recortaron en gasto social y aumentaron los impuestos indirectos, es decir, los que no tienen en cuenta la renta, los que pagan por igual ricos y pobres. El resultado: desigualdad, injusticia y pobreza. En parte esto ha propiciado la crecida de la ultraderecha en toda Europa, ya que los antiguos partidos de izquierdas acabaron por adoptar la economía liberal y abandonar el concepto de clase para abrazar luchas como la feminista, la ecologista y la LGTBI. El resultado: una enorme masa desclasada, centrada sobre todo en el hombre blanco, heterosexual, de clase trabajadora. Un sujeto muy propicio para votar a partidos de derecha radical. Por otro lado, las clases populares y muchos autónomos han quedado en gran medida desprotegidos ante una nueva crisis económica.

¿Qué pasará con este sector antes la nueva depresión o recesión mundial que está ocasionando la pandemia de coronavirus? Es innegable que la pobreza va a aumentar, que la gente va a pasarlo mal. Ahora la pregunta es: ¿Van a seguir implementándose las mismas medias que nos han llevado a esta situación o se va a cambiar el rumbo? Porque, y siendo francos, aquí hay un dilema: reforma o revolución. De qué color sea dicha revolución es otra cosa, pero lo que es evidente es que la población se va a acabar hartando de la situación, si la clase política no deja de obedecer a las élites económicas y a los empresarios y empieza a utilizar la democracia tan denostada en nuestro tiempo. La otra pregunta es: ¿Lo hará? O, mejor dicho, ¿le dejarán hacerlo?

Finalmente, no solo hemos cambiado a nivel social o económico, sino también de pensamiento. Me comentaba mi abuela en cierta ocasión que, en la posguerra, daban a una viuda pobre todos los días un poco de leche con café para que pudiera dar de mamar a su bebé y lamentaba que antes la gente era más cercana. Mi opinión concuerda con la de mi abuela, porque hay una cosa cierta: nos hemos vuelto o nos han vuelto más individualistas, pensamos en nuestro bienestar siempre por encima del grupo, en el disfrute hedonista. Tal vez por esto nos hemos vuelto tan reacios a aceptar refugiados. A veces pienso, apenado, en tantos que dicen defender a España y luego se muestran tan impasibles hacia la pobreza, los desahucios, la injusticia de nuestro país… Tal vez crean que, individualmente, aman a su patria. Y esto es lo que se ha cristalizado en la música: el individualismo social y el hedonismo.

¿Cambiaremos con esta pandemia y con la crisis económica que vendrá después?

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