Revolución a la española

ROBERTO SANTIAGO BARRIOS. 2.º BACHILLERATO HCS

Liberty Leading the People. 1830. Oil on canvas, 260 x 325 cm.

Cualquiera que haya tenido oportunidad de conocer de cerca la historia del arte sabrá que “La Libertad guiando al pueblo”, el cuadro del pintor francés Eugène Delacroix, es una de las más importantes y bellas obras de arte, símbolo de la libertad y de la lucha de los individuos contra el sometimiento y los totalitarismos.

En el lienzo se muestra el levantamiento en armas de los ciudadanos parisinos contra el entonces monarca Carlos X, quien había llevado a cabo la supresión del parlamento y pretendía implantar la censura, limitando la libertad de prensa. En la imagen central del cuadro aparecen numerosos integrantes de todas las clases sociales de entonces, desde burgueses hasta campesinos, y en el centro de la imagen se sitúa una hermosa mujer, con el pecho descubierto, enarbolando la enseña nacional francesa como símbolo de la libertad.

Aquella revuelta fue iniciada por la burguesía y con el paso del tiempo ciudadanos de todas las clases sociales se unieron a ella, con el único objetivo de defender la libertad, su libertad, frente al autoritarismo.

Bien es sabido que la historia tiende a repetirse, por lo que podríamos establecer paralelismos entre los hechos ocurridos entonces y la situación actual, hace ya varios días. En el distrito madrileño de Salamanca surgió de manera espontánea un movimiento ciudadano de protesta en contra de la gestión realizada por el ejecutivo frente a la crisis del coronavirus.

Lo que empezó como una simple protesta aislada se ha convertido en un movimiento de protesta nacional, que manifiesta su descontento mediante caceroladas y gritos a favor de la dimisión del gobierno por los múltiples errores cometidos.

Permíteme decirte, estimado lector, que no son precisamente pocos los errores cometidos por el ya citado gobierno como para que estos ciudadanos, independientemente del nivel de renta que tengan, puedan ejercer su derecho a la protesta, de manera libre y democrática.

Entre esos errores no solo cabe destacar el elevado número de personas fallecidas respecto a nuestra población, que nos convierte en el país con la tasa de mortalidad más alta del mundo, sino que son muchos más, desde las fracasadas compras de material sanitario realizadas por el mando único, pasando por el alto número de contagios entre el personal sanitario, la compra de material defectuoso a empresas de dudosa reputación o el limbo en el que nos situamos los estudiantes de bachillerato, quienes todavía no sabemos si tendremos la posibilidad de realizar la selectividad en un futuro de manera segura y sin contagiarnos. Podríamos por lo tanto enunciar una retahíla de errores imperdonables, que no solo hacen lícita la protesta, sino que la alientan y legitiman.

Pero llegamos entonces al quid de la cuestión: los ciudadanos no pueden manifestarse ni protestar como consecuencia del estado de alarma interpuesto desde hace más de sesenta días por el gobierno de la nación, una herramienta legal, pero de dudosa legitimidad, mediante la cual se están limitando derechos fundamentales más propios de un estado de excepción. La doble vara con la que Moncloa utiliza los medios a su alcance para tratar de acallar a quienes no aplauden su línea de actuación es simplemente deshonrosa y vil para el gobierno de un país como el nuestro.

Causa repulsa ver cómo se emplea a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado para intentar silenciar a los manifestantes de la calle Núñez de Balboa, mientras que en Pamplona se permite una concentración a favor de un miembro de la banda terrorista ETA, condenado por asesinar en el año 1998 a un concejal de Unión del Pueblo Navarro.

Esta protesta, con las cacerolas como únicas armas, ha conseguido generar inquietud en Moncloa, donde se dice tener todo bajo control. Yo no me confiaría: puede que esta sea la revuelta de los pijos, pero si algo nos ha enseñado la historia es que las revoluciones también empiezan por la burguesía.

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