La cultura del insulto

LUCÍA SÁNCHEZ DE LA TORRE. 1.º Bachillerato HCS

No nací con un ordenador, pero me crie con uno. No nací con un teléfono móvil, pero acabé teniendo uno. No nací con tecnología, pero tuve que acceder a ella.

Los aparatos tecnológicos nos ofrecen ciertas comodidades, que muchos de nosotros somos incapaces de rechazar. Estos evolucionan tan rápido como pasan los segundos, haciendo nuestra vida más y más fácil si cabe. Vivimos en la era de las pantallas. Tenemos océanos de información al alcance de un solo clic. Sin embargo, no todo es información y ayuda… Tenemos el semi-poder (semi porque el poder lo tienen los dirigentes de las plataformas) de exponer nuestra vida y comentar la de los demás sin problema. Se preguntarán los lectores, ¿y qué tiene esto de malo? Internet y sus redes sociales nos tientan con su caramelo de anonimato para hacer daño. Podemos herir cruelmente a cualquier navegante sin que este sepa quién es el que le hiere.

No obstante, esta no es la única cuestión, también existe “la disputa de los me gusta” (una lucha absurda por obtener determinado número proporcional de visitas y me gusta). De su mano, y a su vez, encontramos “la disputa de los no me gusta”. Desde que Facebook implementó nuevas reacciones a publicaciones en su página, no hay que estar pendiente únicamente de los likes que nos regalan nuestros espectadores, también hay que abrir bien los ojos para ver los dislikes o reacciones malas que nos regalan esos espectadores. Y hay más: los comentarios. ¿A quién no le gusta que comenten una de sus fotos diciendo lo rejuvenecido o guapo que está? Mas no todo van a ser halagos. Los llamados haters (literalmente, odiadores) reparten flechas de rencor y sarcasmo por todo el globo. ¿Lo más curioso?: lo hacen tras un cristal espía, pues ellos te ven, pero tú no puedes verlos a ellos. Y ahora, nos preguntaremos: ¿qué pasa con los menores expuestos al público internauta?

El acoso virtual, también llamado ciberacoso o ciberbullying, es el uso de medios tecnológicos con el fin de molestar o atacar a una persona o grupo de ellas. Lo más preocupante de este tipo de intimidación es que son los niños y adolescentes el principal foco. El informe “Riesgos y oportunidades en Internet y uso de dispositivos móviles entre menores” elaborado en 2016 a partir de encuestas a 500 menores de España y sus tutores, señala que el 12% de niños de 9 a 16 años fue víctima de ciberacoso en ese año. Los resultados alertaron a los padres y a los que luchan por mantener la paz en la red, pues doblaban el porcentaje de un anterior informe realizado en 2010. En 2017 el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte presentó unas estadísticas que situaban a Castilla y León como la sexta comunidad autónoma española con más casos de acoso virtual a menores (53 víctimas).

Podría parecernos que el problema se ha resuelto o que en estos últimos dos años el acoso virtual ha ido reduciendo; sin embargo, según una campaña difundida por Unicef en 2019 con motivo del Día Mundial de Internet Segura, un 6,9% de los estudiantes españoles dijo haber sufrido ciberacoso entre enero y febrero de ese mismo año. Por tanto, el acoso virtual sigue ahí.

¿Y el “tradicional” cara a cara? Pues bien, el ciberbullying supera ya a este y, desgraciadamente, se extiende a la calle. Es decir, ya no solo hay un tipo posible de intimidación, sino dos en paralelo. El año pasado, casi 530.000 jóvenes de entre 18 y 20 años reconocieron haber sufrido ataques violentos y continuados a través de las redes cuando eran menores de edad y que, además, siguieron presentes en la escuela.

¿Cuál es el peor de los problemas en la lucha contra el ciberacoso?: los niños sienten vergüenza a decir que les están acosando, y por tanto, no lo cuentan. Así, la situación se agranda como una bola de nieve rodando colina abajo, acabando muchas veces en un suicidio.

Casos como el de Allen Halkic (que se suicidó en 2009 tras haber sufrido ciberbullying) o el de Amanda Todd (que siguió el mismo camino que Halkic en 2012 tras ser sextorsionada), nos hacen ver que el acoso es un terrible asunto al que debemos poner fin.

En mi opinión, el asunto del ciberbullying y ese tipo de extorsiones nacen o mueren a raíz de la educación que se nos da a cada uno. Y creo que el anonimato que la tecnología nos ofrece multiplica las capacidades de ceder ante esta cultura del insulto que se propone.

Acaso, ¿estamos sembrando el acoso?

Fuentes (datos, estadísticas…): La Vanguardia, Epdata, Unicef, página web de Ciberbullying (Pantallas Amigas).

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