Que no os toque

LUCÍA SÁNCHEZ DE LA TORRE. 2.º Bachillerato HCS

Olas de manos mareaban su cuerpo cuando abrió los ojos ahogados. Tres ángeles de la guarda con túnicas verdes le empujaban desesperados. Oyó miles de groserías y gruñidos, sintió la rabia en los labios apretados de sus defensores. Subían y bajaban el oxígeno, movían la camilla en todas direcciones, le daban palmadas suaves en el rostro…

Sabiendo lo que le esperaba, pensó, entonces, en algo que una vez dijo Antonio Machado: “La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es, y cuando la muerte es, nosotros no somos.” La temía, claro que la temía. La temía porque, en ese momento, ella sí era. La temía porque se acercaba al gotero mostrando sus manos ardientes y su tronco esquelético. La temía porque estaba a su lado, sonriendo de la forma más macabra.

Cerró los párpados con fuerza y olvidó por un momento al Cupido de la muerte pensando en sus tres nietos. Un chico alto y pálido se adentró caminando en la oscuridad de sus ojos; se trataba de Marcos, el nieto mayor, el guerrero, el que trabajaba sin descanso por lo que quería. Apareció Olivia, la mediana, con su vestido de flores y entonando sus rancheras. De repente, una luz mágica iluminó su rostro al recordar a la pequeña Nora, a la que había prometido volver, a la que había prometido una tarta de manzana y un abrazo de lo más dulce. Un pitido constante que cantaba al Hades interrumpió sus visiones. Sus protectores le miraron decepcionados y, con la impotencia del que quiere pero no puede, abandonaron la estancia. La puerta cerró a cámara lenta haciendo el menor ruido.

Bailaban por los cerros de su rostro dos lágrimas sembrando miedo. Sus dos ojos apagados temblaban sin cesar, y sus labios distanciados pedían aire con urgencia. Movió su mano en busca de respuesta, pero a su lado solo encontró a la soledad acompañada por las tinieblas. Sus piernas respondieron con patadas a las sábanas, mientras en su pecho se repetía el dolor de la ausencia. Intentó alzar la voz, gritar, pedir ayuda… Se sintió en una pecera ahogándose entre burbujas. Las luces se fundieron en medio de la agonía. Y su mundo terminó en el lugar en el que hubo empezado un día.

“Que no os toque, hijos… Que no os toque” musitó en un último suspiro sumido en la tenebrosidad de la muerte.

Dedicado a aquellos que murieron en silencio y solos. Dedicado a aquellos que lucharon por nosotros y no pudimos salvar. No hay derecho.

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