El volcán en erupción
Semejanzas y diferencias entre el volcán de Cumbre Vieja y el Vesubio
MARWA BOUSADA MAHI y VEGA ANDRÉS GARCÍA. Alumnas de Cultura Clásica de 4.º de ESO
El pasado 19 de septiembre el volcán de Cumbre Vieja sorprendía a los habitantes de la isla canaria de La Palma con una erupción que se prolonga hasta hoy. El fenómeno ocurrió cuatro días después de haber comenzado el curso 2021/2022 y desde entonces los alumnos de Cultura Clásica han estado comparando este acontecimiento con el ocurrido el 24 de agosto de 79 d.C. en la bahía de Nápoles. ¿Por qué quedaron sepultadas y olvidadas ciudades como Herculano o Pompeya? ¿No supieron preverlo como ocurre hoy? ¿Qué lecciones podemos aprender de la Historia? Este es el relato de dos alumnas de Cultura Clásica de 4.º de ESO. José Fernando Pablos Navazo, profesor de Latín y Cultura Clásica.
La mañana de 24 de agosto del año 79 d.C. todo transcurría con normalidad en la bahía de Nápoles. Los habitantes de Pompeya se afanaban en la reconstrucción de la ciudad, parcialmente destruida por un terremoto diecisiete años atrás. Aquella mañana un fuerte ruido cortó el aire y la tierra tembló. Empezaron a caer del cielo fragmentos de piedra carbonizada y a salir humo desde el monte Vesubio.
En pocas horas las villas que cubrían las faldas del Vesubio y ciudades como Pompeya o Stabia quedaron sepultadas entre piedra pómez y cenizas, donde murieron más de 2.000 personas.
Otras como la ciudad de Herculano corrieron peor suerte, debido a que durante la erupción la lluvia torrencial y el vapor condensado se mezclaron con las cenizas, fluyendo y sepultando la ciudad bajo 13 metros de lodos ardiendo.
Así se produjo el mayor desastre natural de la historia en Europa.
El testimonio de Plinio
Plinio el Joven, sobrino de Plinio el Viejo, un naturalista, escritor y militar romano, nos cuenta en una carta a su tío Tácito lo que ocurrió el 24 de agosto del año 79 d.C. Sin quererlo, su testimonio es hoy para nosotros el equivalente al de un corresponsal, como el de los muchos periodistas que han acudido a contar in situ lo que está ocurriendo en la isla de La Palma.
El joven Plinio comparaba la gran nube con un pino que se erguía a gran altura, a modo de tronco, y que luego se dividía en ramas. Por la mañana su tío el almirante, un curioso de la naturaleza -había escrito una Historia Naturalis– pidió un barco y se preparó para navegar por la bahía para verlo más de cerca. La flota se dirigió hacia el Vesubio. Según se aproximaba empezaron a ver cenizas flotando y no pudieron llegar a la orilla puesto que estaba bloqueada por los escombros. Los marinos de Plinio querían volver, pero Plinio el Viejo cambió el rumbo hacia Stabia.
Por la tarde del 24 de agosto Plinio encontró allí a su amigo Pomponiano; el mar estaba ahora demasiado picado ahora como para volver a cruzar la bahía, así que decidieron esperar hasta la mañana siguiente. Durante esa noche continuó la lluvia de piedras y cenizas.
Al amanecer del 25 de agosto del 79 la oscuridad todavía era absoluta, los ocupantes del barco bajaron a la orilla con cojines atados sobre las cabezas contra la lluvia de piedras. El mar seguía demasiado encrespado y el viejo almirante, demasiado afectado por los gases venenosos, falleció como consecuencia de su curiosidad y por intentar socorrer al mayor número de personas. Durante los dos días siguientes no se hizo la luz, solo después fue posible ver el desastre.
El volcán de Cumbre Vieja
A diferencia de lo sucedido con el Vesubio, considerado un monte en el año 79 d.C., que sorprendió a los habitantes de la bahía en una erupción repentina, en la que se mezclaron piedras, lapilli, cenizas y una fuerte tormenta que terminó por sepultar Herculano con una colada de 13 metros de altura y prolongar su costa un kilómetro, lo sucedido con el volcán de Cumbre Vieja había sido predicho siete días antes y evacuado las zonas de peligro.
Sin embargo, hoy asistimos a un fenómeno similar, las coladas de lava sepultan cuantas construcciones se encuentran en su camino y las fajanas, esos entrantes de la lava en el mar, crecen cada día metros y metros, como sucedió en Herculano.
Descubrimiento y excavación
Con el paso del tiempo Pompeya, Stabia o Herculano cayeron en el olvido. Tras la caída de Roma en el siglo V se mantuvo viva la leyenda de la ciudad perdida.
En 1594, durante la construcción de un acueducto en Pompeya, se descubrieron edificios en ruinas e inscripciones, pero se atribuyeron a Pompeyo el Grande.
En 1710 trece kilómetros costa arriba un campesino descubrió las ruinas de Herculano y durante cuarenta años Herculano fue saqueada y sus tesoros se fueron a adornar casas nobles.
El 23 de marzo de 1748 comenzaron las excavaciones de Pompeya y durante más de cien años dependieron de los caprichos de los sucesivos reyes de Nápoles.
En 1860 Garibaldi unificó Italia y el arqueólogo Fiorelli se hizo cargo, de una manera científica, de las excavaciones, de las que dejo constancia en sus diarios. Fiorelli es muy conocido por sus molde o vaciados de los muertos. En Pompeya se encontraron muchos esqueletos, pero lo más fascinante eran las huellas impresas de los cuerpos en las cenizas, huecos que quedaban tras la descomposición orgánica y su desaparición. Fiorelli inventó un método para hacer copias de los cuerpos introduciendo una especie de yeso líquido en la cavidad que luego se solidificaba.
Desde la época del arqueólogo las técnicas de excavación continuaron perfeccionándose. Hasta el momento solo han sido descubiertos cuatro quintos de Pompeya y una parte pequeña de la antigua ciudad de Herculano, que descansa bajo la ciudad nueva.
Lecciones de la historia
La Historia se repite. ¿Aprenderemos de ella? Los avances tecnológicos permiten predecir hoy a científicos, físicos, vulcanólogos, meteorólogos, sismólogos la inminencia de un fenómeno natural: tornados, terremotos, erupciones volcánicas. En manos del ser humano está conseguir que esos fenómenos naturales no se conviertan siempre en desastres naturales. Edificar con materiales antisísmicos o evitar construcciones en lugares inundables o en faldas de volcanes servirán para evitar que se repitan desastres como el del Vesubio, en la bahía de Nápoles, o el de Cumbe Vieja, en la isla de La Palma.
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